CLASIFICACIÓN Y CARACTERÍSTICAS DE LA CIENCIA
clasifica en ciencias formales y en ciencias fácticas. Este autor nos dice que
mientras los animales inferiores sólo están en el mundo, el hombre trata de
entenderlo; y sobre la base de su inteligencia imperfecta pero perfectible, del
mundo, el hombre intenta enseñorearse de él para hacerlo más confortable. En
este proceso, construye un mundo artificial: ese creciente cuerpo de ideas llamado
"ciencia", que puede caracterizarse como conocimiento racional, sistemático,
exacto, verificable y por consiguiente falible. Por medio de la investigación
científica, el hombre ha alcanzado una reconstrucción conceptual del mundo que
es cada vez más amplia, profunda y exacta.
Un mundo le es dado al hombre; su gloria no es soportar o despreciar este mundo,
sino enriquecerlo construyendo otros universos. Amasa y remoldea la naturaleza
sometiéndola a sus propias necesidades animales y espirituales, así como a sus
sueños: crea así el mundo de los artefactos y el mundo de la cultura. La ciencia
como actividad —como investigación— pertenece a la vida social; en cuanto se la
aplica al mejoramiento de nuestro medio natural y artificial, a la invención y
manufactura de bienes materiales y culturales, la ciencia se convierte en
tecnología. Sin embargo, la ciencia se nos aparece como la más deslumbrante y
asombrosa de las estrellas de la cultura cuando la consideramos como un bien en
sí mismo, esto es como una actividad productora de nuevas ideas (investigación
científica). Tratemos de caracterizar el conocimiento y la investigación científicos
tal como se los conoce en la actualidad.
1. Ciencia formal y Ciencia Fáctica
Según Mario Bunge no toda la investigación científica procura el conocimiento
objetivo. Así, la lógica y la matemática —esto es, los diversos sistemas de lógica
formal y los diferentes capítulos de la matemática pura— son racionales,
sistemáticos y verificables, pero no son objetivos; no nos dan informaciones
acerca de la realidad: simplemente, no se ocupan de los hechos. La lógica y la
matemática tratan de entes ideales; estos entes, tanto los abstractos como los
interpretados, sólo existen en la mente humana. A los lógicos y matemáticos no se
les da objetos de estudio: ellos construyen sus propios objetos. Es verdad que a
menudo lo hacen por abstracción de objetos reales (naturales y sociales); más
aún, el trabajo del lógico o del matemático satisface a menudo las necesidades del
naturalista, del sociólogo o del tecnólogo, y es por esto que la sociedad los tolera y, ahora, hasta los estimula. Pero la materia prima que emplean los lógicos y los
matemáticos no es fáctica sino ideal.
Por ejemplo, el concepto de número abstracto nació, sin duda, de la coordinación
(correspondencia biunívoca) de conjuntos de objetos materiales, tales como
dedos, por una parte, y guijarros, por la otra; pero no por esto aquel concepto se
reduce a esta operación manual, ni a los signos que se emplean para
representarlo. Los números no existen fuera de nuestros cerebros, y aún allí
dentro existen al nivel conceptual, y no al nivel fisiológico. Los objetos materiales
son numerables siempre que sean discontinuos; pero no son números; tampoco
son números puros (abstractos) sus cualidades o relaciones. En el mundo real
encontramos 3 libros, en el mundo de la ficción construimos 3 platos voladores.
¿Pero quién vio jamás un 3, un simple 3?
La lógica y la matemática, por ocuparse de inventar entes formales y de establecer
relaciones entre ellos, se llaman a menudo ciencias formales, precisamente
porque sus objetos no son cosas ni procesos, sino, para emplear el lenguaje
pictórico, formas en las que se puede verter un surtido ilimitado de contenidos,
tanto fácticos como empíricos. Esto es, podemos establecer correspondencias
entre esas formas (u objetos formales), por una parte, y cosas y procesos
pertenecientes a cualquier nivel de la realidad por la otra. Así es como la física, la
química, la fisiología, la sicología, la economía, y las demás ciencias recurren a la
matemática, empleándola como herramienta para realizar la más precisa
reconstrucción de las complejas relaciones que se encuentran entre los hechos y
entre los diversos aspectos de los hechos; dichas ciencias no identifican las
formas ideales con los objetos concretos, sino que interpretan las primeras en
términos de hechos y de experiencias (o, lo que es equivalente, formalizan
enunciados fácticos).
Tenemos así una primera gran división de las ciencias, en formales (o ideales) y
fácticas (o materiales). Esta ramificación preliminar tiene en cuenta el objeto o
tema de las respectivas disciplinas; también da cuenta de la diferencia de especie
entre los enunciados que se proponen establecer las ciencias formales y las
fácticas: mientras los enunciados formales consisten en relaciones entre signos,
los enunciados de las ciencias fácticas se refieren, en su mayoría, a entes
extracientíficos: a sucesos y procesos. Nuestra división también tiene en cuenta el
método por el cual se ponen a prueba los enunciados verificables: mientras las
ciencias formales se contentan con la lógica para demostrar rigurosamente sus
teoremas (los que, sin embargo, pudieron haber sido adivinados por inducción
común o de otras maneras), las ciencias fácticas necesitan más que la lógica
formal: para confirmar sus conjeturas necesitan de la observación y/o
experimento. En otras palabras, las ciencias fácticas tienen que mirar las cosas, y, siempre que les sea posible, deben procurar cambiarlas deliberadamente para
intentar descubrir en qué medida sus hipótesis se adecuan a los hechos.
Cuando se demuestra un teorema lógico o matemático no se recurre a la
experiencia: el conjunto de postulados, definiciones, reglas de formación de las
expresiones dotadas de significado, y reglas de inferencia deductiva —en suma, la
base de la teoría dada—, es necesaria y suficiente para ese propósito. La
demostración de los teoremas no es sino una deducción: es una operación
confinada a la esfera teórica, aun cuando a veces los teoremas mismos (no sus
demostraciones) sean sugeridos en alguna esfera extramatemática y aun cuando
su prueba (pero no su primer descubrimiento) pueda realizarse con ayuda de
calculadoras electrónicas. Por ejemplo, cualquier demostración rigurosa del
teorema de Pitágoras prescinde de las mediciones, y emplea figuras sólo como
ayuda psicológica al proceso deductivo: que el teorema de Pitágoras haya sido el
resultado de un largo proceso de inducción conectado a operaciones prácticas de
mediciones de tierras, es objeto de la historia, la sociología y la sicología del
conocimiento.
La matemática y la lógica son, en suma, ciencias deductivas. El proceso
constructivo, en que la experiencia desempeña un gran papel de sugerencias, se
limita a la formación de los puntos de partida (axiomas). En matemática la verdad
consiste, por esto, en la coherencia del enunciado dado con un sistema de ideas
admitido previamente: por esto, la verdad matemática no es absoluta sino relativa
a ese sistema, en el sentido de que una proposición que es válida en una teoría
puede dejar de ser lógicamente verdadera en otra teoría. (Por ejemplo, en el
sistema de aritmética que empleamos para contar las horas del día, vale la
proposición de 24 + 1 = 1.) Más aún las teorías matemáticas abstractas, esto es,
que contienen términos no interpretados (signos a los que no se atribuye un
significado fijo, y que por lo tanto pueden adquirir distintos significados) pueden
desarrollarse sin poner atención al problema de la verdad.
En las ciencias fácticas, la situación es enteramente diferente. En primer lugar,
ellas no emplean símbolos vacíos (variables lógicas) sino tan sólo símbolos
interpretados; por ejemplo no involucran expresiones tales como 'x es F', que no
son verdaderas ni falsas. En segundo lugar, la racionalidad —esto es, la
coherencia con un sistema de ideas aceptado previamente— es necesaria pero no
suficiente para los enunciados fácticos; en particular la sumisión a algún sistema
de lógica es necesaria pero no es una garantía de que se obtenga la verdad.
Además de la racionalidad, exigimos de los enunciados de las ciencias fácticas
que sean verificables en la experiencia, sea indirectamente (en el caso de las
hipótesis generales), sea directamente (en el caso de las consecuencias
singulares de las hipótesis). Únicamente después que haya pasado las pruebas de la verificación empírica podrá considerarse que un enunciado es adecuado a su
objeto, o sea que es verdadero, y aún así hasta nueva orden. Por eso es que el
conocimiento fáctico verificable se llama a menudo ciencia empírica.
En resumidas cuentas, la coherencia es necesaria pero no suficiente en el campo
de las ciencias de hechos: para anunciar que un enunciado es (probablemente)
verdadero se requieren datos empíricos (proposiciones acerca de observaciones o
experimentos). En última instancia, sólo la experiencia puede decirnos si una
hipótesis relativa a cierto grupo de hechos materiales es adecuada o no. El mejor
fundamento de esta regla metodológica que acabamos de enunciar es que la
experiencia le ha enseñado a la humanidad que el conocimiento de hecho no es
convencional, que si se busca la comprensión y el control de los hechos debe
partirse de la experiencia. Pero la experiencia no garantizará que la hipótesis en
cuestión sea la única verdadera: sólo nos dirá que es probablemente adecuada,
sin excluir por ello la posibilidad de que un estudio ulterior pueda dar mejores
aproximaciones en la reconstrucción conceptual del trozo de realidad escogido. El
conocimiento fáctico, aunque racional, es esencialmente probable: dicho de otro
modo: la inferencia científica es una red de inferencias deductivas (demostrativas)
y probables (inconcluyentes).
Las ciencias formales demuestran o prueban: las ciencias fácticas verifican
(confirman o desconfirman) hipótesis que en su mayoría son provisionales. La
demostración es completa y final; la verificación es incompleta y por eso
temporaria. La naturaleza misma del método científico impide la confirmación final
de las hipótesis fácticas. En efecto los científicos no sólo procuran acumular
elementos de prueba de sus suposiciones multiplicando el número de casos en
que ellas se cumplen; también tratan de obtener casos desfavorables a sus
hipótesis, fundándose en el principio lógico de que una sola conclusión que no
concuerde con los hechos tiene más peso que mil confirmaciones. Por ello,
mientras las teorías formales pueden ser llevadas a un estado de perfección (o
estancamiento), los sistemas relativos a los hechos son esencialmente
defectuosos: cumplen, pues, la condición necesaria para ser perfectibles.
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