CLASIFICACIÓN Y CARACTERÍSTICAS DE LA CIENCIA

Para clasificar a las ciencias, usaremos la clasificación de Mario Bunge, quien las


clasifica en ciencias formales y en ciencias fácticas. Este autor nos dice que

mientras los animales inferiores sólo están en el mundo, el hombre trata de

entenderlo; y sobre la base de su inteligencia imperfecta pero perfectible, del

mundo, el hombre intenta enseñorearse de él para hacerlo más confortable. En

este proceso, construye un mundo artificial: ese creciente cuerpo de ideas llamado

"ciencia", que puede caracterizarse como conocimiento racional, sistemático,

exacto, verificable y por consiguiente falible. Por medio de la investigación

científica, el hombre ha alcanzado una reconstrucción conceptual del mundo que

es cada vez más amplia, profunda y exacta.

Un mundo le es dado al hombre; su gloria no es soportar o despreciar este mundo,

sino enriquecerlo construyendo otros universos. Amasa y remoldea la naturaleza

sometiéndola a sus propias necesidades animales y espirituales, así como a sus

sueños: crea así el mundo de los artefactos y el mundo de la cultura. La ciencia

como actividad —como investigación— pertenece a la vida social; en cuanto se la

aplica al mejoramiento de nuestro medio natural y artificial, a la invención y

manufactura de bienes materiales y culturales, la ciencia se convierte en

tecnología. Sin embargo, la ciencia se nos aparece como la más deslumbrante y

asombrosa de las estrellas de la cultura cuando la consideramos como un bien en

sí mismo, esto es como una actividad productora de nuevas ideas (investigación

científica). Tratemos de caracterizar el conocimiento y la investigación científicos

tal como se los conoce en la actualidad.

1. Ciencia formal y Ciencia Fáctica

Según Mario Bunge no toda la investigación científica procura el conocimiento

objetivo. Así, la lógica y la matemática —esto es, los diversos sistemas de lógica

formal y los diferentes capítulos de la matemática pura— son racionales,

sistemáticos y verificables, pero no son objetivos; no nos dan informaciones

acerca de la realidad: simplemente, no se ocupan de los hechos. La lógica y la

matemática tratan de entes ideales; estos entes, tanto los abstractos como los

interpretados, sólo existen en la mente humana. A los lógicos y matemáticos no se

les da objetos de estudio: ellos construyen sus propios objetos. Es verdad que a

menudo lo hacen por abstracción de objetos reales (naturales y sociales); más

aún, el trabajo del lógico o del matemático satisface a menudo las necesidades del

naturalista, del sociólogo o del tecnólogo, y es por esto que la sociedad los tolera y, ahora, hasta los estimula. Pero la materia prima que emplean los lógicos y los


matemáticos no es fáctica sino ideal.

Por ejemplo, el concepto de número abstracto nació, sin duda, de la coordinación

(correspondencia biunívoca) de conjuntos de objetos materiales, tales como

dedos, por una parte, y guijarros, por la otra; pero no por esto aquel concepto se

reduce a esta operación manual, ni a los signos que se emplean para

representarlo. Los números no existen fuera de nuestros cerebros, y aún allí

dentro existen al nivel conceptual, y no al nivel fisiológico. Los objetos materiales

son numerables siempre que sean discontinuos; pero no son números; tampoco

son números puros (abstractos) sus cualidades o relaciones. En el mundo real

encontramos 3 libros, en el mundo de la ficción construimos 3 platos voladores.

¿Pero quién vio jamás un 3, un simple 3?

La lógica y la matemática, por ocuparse de inventar entes formales y de establecer

relaciones entre ellos, se llaman a menudo ciencias formales, precisamente

porque sus objetos no son cosas ni procesos, sino, para emplear el lenguaje

pictórico, formas en las que se puede verter un surtido ilimitado de contenidos,

tanto fácticos como empíricos. Esto es, podemos establecer correspondencias

entre esas formas (u objetos formales), por una parte, y cosas y procesos

pertenecientes a cualquier nivel de la realidad por la otra. Así es como la física, la

química, la fisiología, la sicología, la economía, y las demás ciencias recurren a la

matemática, empleándola como herramienta para realizar la más precisa

reconstrucción de las complejas relaciones que se encuentran entre los hechos y

entre los diversos aspectos de los hechos; dichas ciencias no identifican las

formas ideales con los objetos concretos, sino que interpretan las primeras en

términos de hechos y de experiencias (o, lo que es equivalente, formalizan

enunciados fácticos).

Tenemos así una primera gran división de las ciencias, en formales (o ideales) y

fácticas (o materiales). Esta ramificación preliminar tiene en cuenta el objeto o

tema de las respectivas disciplinas; también da cuenta de la diferencia de especie

entre los enunciados que se proponen establecer las ciencias formales y las

fácticas: mientras los enunciados formales consisten en relaciones entre signos,

los enunciados de las ciencias fácticas se refieren, en su mayoría, a entes

extracientíficos: a sucesos y procesos. Nuestra división también tiene en cuenta el

método por el cual se ponen a prueba los enunciados verificables: mientras las

ciencias formales se contentan con la lógica para demostrar rigurosamente sus

teoremas (los que, sin embargo, pudieron haber sido adivinados por inducción

común o de otras maneras), las ciencias fácticas necesitan más que la lógica

formal: para confirmar sus conjeturas necesitan de la observación y/o

experimento. En otras palabras, las ciencias fácticas tienen que mirar las cosas, y, siempre que les sea posible, deben procurar cambiarlas deliberadamente para


intentar descubrir en qué medida sus hipótesis se adecuan a los hechos.

Cuando se demuestra un teorema lógico o matemático no se recurre a la

experiencia: el conjunto de postulados, definiciones, reglas de formación de las

expresiones dotadas de significado, y reglas de inferencia deductiva —en suma, la

base de la teoría dada—, es necesaria y suficiente para ese propósito. La

demostración de los teoremas no es sino una deducción: es una operación

confinada a la esfera teórica, aun cuando a veces los teoremas mismos (no sus

demostraciones) sean sugeridos en alguna esfera extramatemática y aun cuando

su prueba (pero no su primer descubrimiento) pueda realizarse con ayuda de

calculadoras electrónicas. Por ejemplo, cualquier demostración rigurosa del

teorema de Pitágoras prescinde de las mediciones, y emplea figuras sólo como

ayuda psicológica al proceso deductivo: que el teorema de Pitágoras haya sido el

resultado de un largo proceso de inducción conectado a operaciones prácticas de

mediciones de tierras, es objeto de la historia, la sociología y la sicología del

conocimiento.

La matemática y la lógica son, en suma, ciencias deductivas. El proceso

constructivo, en que la experiencia desempeña un gran papel de sugerencias, se

limita a la formación de los puntos de partida (axiomas). En matemática la verdad

consiste, por esto, en la coherencia del enunciado dado con un sistema de ideas

admitido previamente: por esto, la verdad matemática no es absoluta sino relativa

a ese sistema, en el sentido de que una proposición que es válida en una teoría

puede dejar de ser lógicamente verdadera en otra teoría. (Por ejemplo, en el

sistema de aritmética que empleamos para contar las horas del día, vale la

proposición de 24 + 1 = 1.) Más aún las teorías matemáticas abstractas, esto es,

que contienen términos no interpretados (signos a los que no se atribuye un

significado fijo, y que por lo tanto pueden adquirir distintos significados) pueden

desarrollarse sin poner atención al problema de la verdad.

En las ciencias fácticas, la situación es enteramente diferente. En primer lugar,

ellas no emplean símbolos vacíos (variables lógicas) sino tan sólo símbolos

interpretados; por ejemplo no involucran expresiones tales como 'x es F', que no

son verdaderas ni falsas. En segundo lugar, la racionalidad —esto es, la

coherencia con un sistema de ideas aceptado previamente— es necesaria pero no

suficiente para los enunciados fácticos; en particular la sumisión a algún sistema

de lógica es necesaria pero no es una garantía de que se obtenga la verdad.

Además de la racionalidad, exigimos de los enunciados de las ciencias fácticas

que sean verificables en la experiencia, sea indirectamente (en el caso de las

hipótesis generales), sea directamente (en el caso de las consecuencias

singulares de las hipótesis). Únicamente después que haya pasado las pruebas de la verificación empírica podrá considerarse que un enunciado es adecuado a su


objeto, o sea que es verdadero, y aún así hasta nueva orden. Por eso es que el

conocimiento fáctico verificable se llama a menudo ciencia empírica.

En resumidas cuentas, la coherencia es necesaria pero no suficiente en el campo

de las ciencias de hechos: para anunciar que un enunciado es (probablemente)

verdadero se requieren datos empíricos (proposiciones acerca de observaciones o

experimentos). En última instancia, sólo la experiencia puede decirnos si una

hipótesis relativa a cierto grupo de hechos materiales es adecuada o no. El mejor

fundamento de esta regla metodológica que acabamos de enunciar es que la

experiencia le ha enseñado a la humanidad que el conocimiento de hecho no es

convencional, que si se busca la comprensión y el control de los hechos debe

partirse de la experiencia. Pero la experiencia no garantizará que la hipótesis en

cuestión sea la única verdadera: sólo nos dirá que es probablemente adecuada,

sin excluir por ello la posibilidad de que un estudio ulterior pueda dar mejores

aproximaciones en la reconstrucción conceptual del trozo de realidad escogido. El

conocimiento fáctico, aunque racional, es esencialmente probable: dicho de otro

modo: la inferencia científica es una red de inferencias deductivas (demostrativas)

y probables (inconcluyentes).

Las ciencias formales demuestran o prueban: las ciencias fácticas verifican

(confirman o desconfirman) hipótesis que en su mayoría son provisionales. La

demostración es completa y final; la verificación es incompleta y por eso

temporaria. La naturaleza misma del método científico impide la confirmación final

de las hipótesis fácticas. En efecto los científicos no sólo procuran acumular

elementos de prueba de sus suposiciones multiplicando el número de casos en

que ellas se cumplen; también tratan de obtener casos desfavorables a sus

hipótesis, fundándose en el principio lógico de que una sola conclusión que no

concuerde con los hechos tiene más peso que mil confirmaciones. Por ello,

mientras las teorías formales pueden ser llevadas a un estado de perfección (o

estancamiento), los sistemas relativos a los hechos son esencialmente

defectuosos: cumplen, pues, la condición necesaria para ser perfectibles.

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